
Sentado en una cafeteria del aeropuerto, robándole algunas horas a la nada en que se convierte mi tránsito entre dos destinos, para transformarla en algo que aligere mi carga del resto de la semana, escribo en mi diario lo que observo.
Observo a los grupos de jóvenes que marchan a su viaje de estudios, dispuestos a martirizar a sus sufridos profesores y a los pobres habitantes de la zona, pues la máxima a esa edad es hacer en casa ajena, lo que nos es vetado en la propia.
A la pareja de ancianitos nonagenarios, que se mueven de manera sorprendentemente ágil en esta tierra de nadie y de todos a la vez. ¿Sus más que probables 60 años juntos les habrán transformado en un solo ser?.
Al Guardia Civil que acude a, o termina, su turno de guardia y va a descansar en brazos de su probable amante, ella o él.
A la ocasional camarera que me sirvió el trocito de cielo convertido en una tarta Sacher, y que asiste impasible al desfile de desconocidos comedores y bebedores.
Y a esa chica solitaria que a dos metros escasos de mi, sentada en una cafetería del aeropuerto, robándole algunas horas a la nada en la que se convierte su tránsito entre dos destinos, para transformarla en algo que aligere su carga del resto de la semana, escribe en su diario de papel lo que observa
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